jueves, 25 de abril de 2013

El secreto de la capa roja | Capítulo 2


Capitulo 2
*
—¿Qué haces aquí? —Bill casi ladró las palabras en dirección al lobo que lo miraba cómicamente desde su posición donde aguardaba con varias cajas apiladas en sus brazos. —¿qué le hiciste a la abuela?
—Tranquilo niño—le riñó ella con cariño asomándose desde el armario pero sus ojos estaban puestos en el acusado —,Tom solo está ayudando a esta pobre anciana.
—Si, pobre anciana—roló los ojos recibiendo una mirada de advertencia que no pasó desapercibida para Bill.
—¿Qué me perdí? —Inquirió el adolescente en tono serio mirando primero a uno y después a otro.
—Nada cariño, nada.

La respuesta de su abuela no ayudó en mejorar su huraño tono de voz lo que, a su pesar divertía más al lobo que seguía con una sonrisa tan ancha que sus colmillos se asomaban capturando toda la atención de sus sentidos provocando que por poco no percibiera el aroma que emanaban de las cajas.

Su nariz se movió inconsciente tratando de captar el aroma pero no podía reconocerlo, olía a viejo y humedad revuelto con algo más que no sabía que podría ser. Su abuela al ver que no contestaba y el motivo de ello decidió intervenir

—Bill, acompáñame a la cocina mientras mi nieto se encarga de estas cajas—dijo con una sonrisa, pero paso desapercibida la mirada que le dedicó al susodicho pues él cachorro miró a Tom con una clara interrogante.
—¿Sorprendido? —le guiñó causando que las mejillas de Bill enrojecieron de enojo.
—Ni una pizca, idiota —gruñó de mala manera mientras apretaba los puños.

La callosa mano en su hombro lo detuvo de iniciar una pelea, los ojos grises de su abuela lo contemplaban con su habitual inteligencia muda que lo hizo sentir mal ante su arrebato. Agacho la cabeza con sumisión mientras sus orejas se pegaban al cráneo.

—Son dos jovencitos apuestos, no deberían pelear por tonterías —dijo con calma mirándolos.
—Lo siento, abue—Bill susurró levantando apenas la mirada, en cambio Tom hizo una reverencia.
—Le ofrezco una disculpa señora, no volverá a ocurrir. — el tono de su voz había cambiado tanto que Bill no pudo cerrar la boca a tiempo debido a su sorpresa. La anciana le facilitó el proceso con uno de sus dedos y una sonrisa que no pudo evitar.
—Cuando estés listo, únete a nosotros. Debemos...—la anciana titubeó un segundo mirando al lobo, se corrigió agregando —: tendremos visitas.

Tom tragó con fuerza pero si algo en esa declaración lo afectó Bill no pudo verlo, sus orejas se elevaron ante la palabra "visitantes".

—Yo debería volver ya, mamá...— Bill se detuvo abruptamente ante el siseo que Tom le dirigió, los ojos que hasta ese momento habían sido cálidos y burlones ahora eran atemorizantes para él. Su cola se tensó ante el peligro y el sueño que había tenido empezaba a cobrar fuerza, necesitaba huir.
—Agus viene, lo cierto es que fui a buscarte esta tarde Bill —la abuela lo miró seria, intentando no decir algo que podría asustarlo aún más. —, pasarán la noche aquí.

Bill no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza dirigiéndose a la cocina, el entusiasmo que había sentido al iniciar esta pequeña travesía empezaba a agotarse y con ella su buen humor. Cuando bajaba las escaleras escuchó una casi acalorada conversación, y era un casi porque esta se llevaba en susurros tan bajos que apenas y podía escuchar, más sin embargo el enojo era palpable en el sonido de las voces.

—¿Estas bien? —el Señor Bigotes le preguntó al verlo tan serio, Bill asintió dirigiéndose a la cocina, la mesa había sido limpiada pero su canasta seguía intacta donde la había dejado—, estas preocupado, cuéntame.
—¿Quién es él?—susurró acercándose al gato para alzarlo y mirarlo directamente a los ojos.

Los ojos ambarinos lo observaban con la sabiduría que había visto en la anciana en el piso superior, era algo que apenas en esta ocasión había notado. El gato apenas contestaría cuando el sonido de la puerta se escuchó, las orejas de Bill se movieron al compás del mismo haciéndola dirigirse para abrir.

—¿Quién es?—preguntó intentando que la voz no le temblara.
—Abre, antes de que destroce la puerta —una voz femenina gruñó en cambio, Bill siseó en contestación.
—Esta bien, calma los dos —el Señor Bigotes se removió en los brazos del chico felino, pero era tanta la fuerza que ejercía en su pequeño cuerpo que no pudo escapar de la prisión—.Bill abre, es Georgiana.
—¿Bill?—la puerta se abrió dando paso a una chica realmente hermosa que dejo al aludido petrificado, unos intensos ojos verdes lo observaban con curiosa morbosidad, el cabello era largo y sedoso de un castaño que parecía caoba. El vestido era de un tono azul oscuro que en las sombras parecía negro, y el corsé apretaba de manera deliciosa su cintura y sus pechos eran tan perfectos que Bill tuvo que desviar la mirada avergonzado. La chica rió con ganas al notarlo despeinándolo y acariciando sus orejas negras—. El gatito se sonrojó, que adorable.
—Yo no diría que adorable es la palabra adecuada para él. —Tom tenía una mirada sombría al hablar, bajaba las escaleras sosteniendo el brazo de su abuela.
—Llegas temprano —ella dijo con voz suave —, aún no hablo con él.
—¿Por qué todos hablan como si no estuviera? Estoy aquí —Bill siseó con enojo mirando específicamente a Tom, era como si toda su furia era desviada hacia él.
—Creo que es mejor que yo se lo diga —Agus hizo su aparición en ese momento con una sonrisa calmada que envolvió a Bill, sin dudarlo se acercó hasta rodearlo con sus brazos en señal de protección. —Siento haberte dejado solo con esto. —Murmuró en su oído.
—Necesitamos estar todos presentes —Georgiana señaló con la barbilla la mesa empezando a dirigirse para allá —; no solo son ustedes dos ni sus clanes, somos los cuatro. La armonía del bosque depende de esto.
—No sé de qué hablan —Bill estaba empezando a abrumase mirando a todos discutir lo que sea que fuera donde estaba él incluido
—Es mejor si lo dejamos decidir a él —El Señor Bigotes miró a la abuela con algo más escrito en sus ojos.
—Bill, cariño ¿podrías soltar a mi marido?

La respuesta fue inmediata, lo soltó con gran rapidez causando que el pequeño gato cayera al suelo en sus cuatro patas, pero con una mueca de enfado notorio.

—Suavemente muchacho —gruñó empezando a andar al comedor —, síganme todos, es hora de decidir le guste a quien le guste.

Los otros chicos asintieron, Tom dio el paso para que Agus y Georgiana pasaran mirando de reojo a Bill.

—Apresura el paso— ordenó con voz tensa, a lo que el cachorro negó.
—Tú primero.

El lobo siseó dándose la vuelta como única respuesta dejando a Bill con la abuela a su lado.

—No seas tan duro con Tom, es un buen chico —ella dijo acariciando una de las peludas orejas de Bill, esta se movió arriba y abajo tratando de escapar de la caricia—. Tienes miedo porqué no lo conoces, él nunca te haría daño.
—Pero, yo si puedo.
—¿Herirme tú a mi? —el lobo lo miró con su característica sonrisa engreída desde el marco de la puerta —, es mejor si me temes, el lobo siempre tiene hambre.
—Eso está por verse. —Bill replicó con mala cara empezando a dirigirse a la cocina, todo el mundo estaba sentado con una taza delante en la mesa para diez personas donde solo la mitad era usada, la abuela estaba a la cabeza con aire ausente mientras Agus que se sentaba a su izquierda platicaba animadamente con Georgiana a la derecha de la abuela. Ambas se miraban realmente radiantes, mantenían sus mejillas en un tono rosado que amenazaba con volverse más profundo si las miradas no eran retiradas de la muda observación de la otra. Tom se encontraba al lado de Georgiana con una expresión que a Bill se le complico leer, cuando sus ojos se encontraron desvió la mirada rápidamente al suelo donde el gato lo esperaba.
El señor Bigotes lo miró con cierto rencor disimulado por lo que el chico felino se sonrojó.  Sus ojos inquietos se pasearon por la estancia mientras que el olor a leche caliente llenaba sus fosas nasales, con un ronroneo se sentó frente a esa taza en particular haciendo que alguien ahogara una risita.
—Es bueno saber que sus gustos no cambian con los años —la abuela sonrió con cariño levantando su propia infusión de hierbas para llevársela a los arrugados labios—, ¿están listos?
El menor vio asentir a los presentes e inmediatamente tres pares de ojos lo miraron fijamente.
—Bill, hijo de Jörg. —La abuela había empezado a brillar con una extraña capa de luz plateada que le erizó los vellos de la nuca, más que eso, la voz de la anciana había cambiado hasta convertirse en un tono dulce y joven, el cabello blanco seguía en su lugar pero ahora una niña de no más de diez años lo miraba fijamente—, guardián del Norte ¿vienes en paz o en pos de la guerra?
Sus orejas se movieron ante esas palabras, era algo en su sangre demasiado viejo como para que este no se hubiera arraigado con fuerza. Podía sentir el poder y el mandato que se extendía por todas sus palmas. Él era un guardián.
Y estaba aterrorizado.
—Y-yo —tartamudeo sin saber que decir. Los demás habían levantado la mirada, ignorándolo completamente por lo que se sintió demasiado perdido, y esa soledad fue peor que la pregunta que no lograba comprender del todo. Lo único que sabía era que si tomaba la segunda opción estaría probablemente arruinándolo todo, así musitó débilmente—: En paz.
La primera en bajar la mirada fue Georgiana que se miraba muy decepcionada.
—¿Eso fue enserio, Bill? —preguntó negando con tal mueca en sus facciones que parecía que alguien estaba apretando demasiado su corsé. —¿Es lo mejor que tienes?
—¡No sé ni porque debo decir algo! —replicó con las manos en puños, empezaba a de verdad irritarse y nadie quería verlo enojado.
Algo chocó contra su mejilla demandando su atención. Bill se volteó solo lo suficiente para ver a Agus sonreírle con dulzura y su rubia cola serpenteando para alcanzarlo.
—Luna solo bromeaba, lo que queríamos hablar contigo y como ya habrás notado, nos hizo reunirnos a todos aquí —apuntó a cada uno de los presentes con aire ausente —, es que tú comprendas el legado que te dejó tu padre.
—No sé si es lo que quiero. —Dijo Bill en cambio obteniendo un siseo por parte de Georgiana.
—Demasiadas generaciones han ido y venido, tú no serás el primero en romper el equilibrio que mi padre se ha encargado de construir durante décadas —amenazó con un gruñido.
—Georgie. —Agus cambio su tono mientras le mostraba sus colmillos, la otra contestó a la invitación con un gruñido aun más fuerte.
—Él no es tu cachorro, no tienes que defenderlo.
—Basta las dos, esto es serio—el Señor Bigotes intervino bloqueando el contacto de miradas, se sentó justo delante de Bill cuando las chicas no emitieron palabra alguna—, Bill escucha, nadie va a obligarte a nada que no quieras. Tu antepasado lo pidió en el tratado y como tal esa cláusula se respeta. Lo que queremos que entiendas es que tú eres un guardián, puedes sentirlo correr por tu sangre aún si fuiste educado con humanos el bosque te llama y no puedes evitarlo.
—Tengo miedo —dijo despacio, demasiado bajo como para que un oído humano lo notara sin embargo todos los presentes lo escucharon a la perfección.
—Ven conmigo—Tom ordenó con la vista fija en el pelinegro quien vaciló un segundo —, no te haré nada. El norte y el sur son polos opuestos, pero pueden entenderse bien.
El lobo se encaminó hasta la escalera con paso seguro, entre tanto Bill se debatía si sería buena idea.
—Lleva tu taza, la leche es deliciosa —su prima murmuró dándole a entender que su batalla interna estaba perdida, se levantó dejando la taza ahí. Si algo pasaba, y no es que él quisiera que lo hiciera, sólo entorpecería sus movimientos. Con un suspiro Bill siguió al lobo hasta una de las habitaciones, la cual daba hacia el norte.
Tom lo miró con una pequeña sonrisa.
—¿Puedes olerlo? —la pregunta tomó a Bill por sorpresa, pero su nariz se movió olfateando en cuanto la palabra oler se registró en su sistema nervioso.
—El olor de...—se detuvo a sí mismo, con la curiosidad que lo caracterizaba empezando a emerger —, oso —olfateo hacia el este, moviendo su cuerpo ligeramente en esa dirección — ¿Un lince?
—Exacto, ¿qué más? —Tom estaba lo más lejos que podía de él, tratando de no entorpecer los sentidos de Bill, tenía nulo conocimiento de cómo era el alcance del cachorro.
—Lobo, pero no huele...—Bill lo miró parpadeando, absorbiendo todo el conocimiento de su entorno y que antes había pasado por alto.—como tú.
—Mi padre, es su olor. —el cabello cayó sobre su rostro haciendo que al menor se le dificultara ver la expresión que cruzó por sus facciones —,¿es todo?
Bill intentó olfatear un poco más, bloqueando los demás olores que demandaban su atención y que parecía que lo envolvían con su poder.
—Huele a...— enmudeció de repente mirando a Tom.—¿Es...?
—Si, vamos. —se acercó empujándolo suavemente, la cola negra se enroscó en su brazo con nerviosismo. —Él no está aquí, lo sabes.
Bill quería decirle que estaba equivocado, que su padre había hablado con él antes de que se despertara. Pero no dijo nada, no podía exponer algo que ni el mismo sabía que era.
—Oye, todo está bien. —Tom sonrió un poco, lejos de todos; la frialdad y arrogancia habían desaparecido —, es bueno estar asustado.
—¿Tú has sentido miedo? —preguntó Bill inocente, la mirada fija en la puerta que se acercaba más hasta sí.
—Una vez—reconoció el lobo mientras tomaba el picaporte y abría dando fin a la conversación.
El interior estaba cálido, nada comparado a lo que Bill esperaba de una habitación que tenía casi dieciocho años sin usarse, las paredes estaban pintadas con paisajes del bosque que el cachorro presumía eran del norte. El techo era la réplica perfecta del cielo nocturno lleno de estrellas, sólo la luna no estaba a la vista.
—¡Una estrella fugaz!— Bill gritó con asombro mientras esta cruzaba de un extremo al otro de la habitación.
—Te has hecho muy humano —Tom habló con un deje de amargura, las orejas de Bill se movieron en respuesta—, ¿nunca sentiste el llamado?
—Siempre he querido perderme en el bosque, es... algo dentro de mi —el felino desvío la mirada al suelo, lucía sin esperanza —, mi madre dijo que... —el cachorro no sabía cómo explicarse, no después de la tensión del otro ante la mención de su progenitora.
—Que era mejor no correr riesgo. —Completo el otro. Las orejas se alzaron ante eso mientras la cola se erguía con reconocimiento. Tom soltó una risa floja mientras negaba. —Debí suponer que eso pasaría.
—¿Debiste? ¿Qué quieres decir con eso?—Bill se puso frente al lobo con clara confusión en sus pupilas.
Las fosas nasales lobunas se expandieron ante la cercanía, sus ojos que hasta ese momento habían estado opacos adquirieron un matiz diferente. Los vellos de la nuca de Bill se erizaron ante el cambio tan brusco en el ambiente, pero el menor esperaba su respuesta.
—¿Qué ves en la habitación? ¿algo mágico o algo natural? —Tom empezó a preguntar mientras su cuerpo temblaba con cada movimiento, él mismo negó antes de obtener una respuesta—. Es demasiado tarde, esa bruja se salió con la suya.
Bill gruñó lo más fuerte que pudo en amenaza.
—Cuida tus palabras —advirtió con enojo, todo el encanto había sido sustituido ante el arrebato del lobo.
—¿Cuidarlas? Ja, es una escoria que no merece siquiera ser nombrada.
El golpe que le propinó no lo hizo moverse ni un ápice, en cambio Bill se encontró con una mirada llena de frialdad.
— ¿Tan pronto te olvidaste de mi?
Las palabras estaban llenas de amargura y dolor que hizo que el tierno corazón del adolescente se estrujara, pero antes de que pudiera contestar unos pasos en las escaleras hicieron rugir al lobo con fuerza. Se precipitó a la ventana donde saltó perdiéndose en la oscuridad.
—¡Bill! —Simone llegó hasta él abrazándolo como si quisiera protegerlo de algo malo, pero para él, era como si le hubieran arrancado una parte vital de sí mismo.
Y se preguntó si es que esa era la primera vez que se encontraba con Tom.

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